París Ocupada


El 6 de julio, con los regimientos prusianos todavía desfilando por los Champs Élysées, se constituyó el gobierno Talleyrand. Sus dos objetivos principales eran restaurar la paz ciudadana, en peligro a causa de un incipiente 'Terror Blanco' (los ultraborbónicos deseaban ajustar las muchas cuentas pendientes a los bonapartistas, a los republicanos, a los liberales y a los jacobinos) y negociar tan a la baja como fuera posible  las condiciones que las potencias invasoras fueran a exigir a Francia para rubricar el todavía lejano II Tratado de París.  La guerra, mientras tanto, proseguía en las fortalezas del Noreste, gracias al empeño de los holandeses y los prusianos en hacerse con cuantas más fuera posible, de cara a sus ya bien calculadas reclamaciones territoriales.

Buena parte de la táctica de Talleyrand se basaba en lo mismo que tan magistralmente aplicó pocos meses antes, en Viena: trepidante vida social, negociaciones por separado tratando de resquebrajar la difícil unión entre los aliados, sobornos a gran escala y, flotando por encima de todo, la fascinación que su persona, y la de su châtelaine, ejercían sobre los invasores, que a buena velocidad iban dejando de ser guerreros sobrios y sombríos para dejar su lugar a los de siempre más flexibles políticos y embajadores.

La condesa de Périgord, châtelaine (castellana) del príncipe de Talleyrand, era famosa por su belleza, su inteligencia, su estilo, su elegancia y su despreocupación en asuntos escandalosos y religiosos. Prusiana por nacimiento y francesa por matrimonio (con el no deslumbrante sobrino mayor de Talleyrand, el conde Edmond de Périgord), se había transformado en una completa, sofisticada y encantadora francesa sin dejar de ser una férrea princesa prusiana, una que hablaba en francés con los franceses, en inglés con los ingleses, en alemán con los prusianos y los austriacos, en ruso con los rusos y en checo, y también en polaco, con los altos sirvientes de todos ellos, además de con los suyos. A eso se debía que las continuas cenas y recepciones en el Hôtel Talleyrand (Rue de St. Florentin 2, en la esquina de la Rue de Rivoli y la Place Concorde; en otras palabras, el ombligo mismo de París; se conserva hoy en día con el mismo aspecto exterior que tenía en 1815) funcionaran con la precisión de los mejores relojes suizos, siendo los primeros efectos que nadie rechazaba una invitación y que nadie deseaba perderse una. 


Schloss (château) Friedrichsfelde, Berlín. Aquí nació Dorothée de Périgord.
Dorothée de Talleyrand-Périgord,
Condesa de Périgord y Princesa de Courlande
(cuadro de Joseph Chabord, 1819; se exhibe en
el château de Valençay)
Edmond de Talleyrand-Périgord, Conde de Périgord
Karel, Graf Clam-Martinitz
(amante principal de Dorothée en 1815)
Bozena (Beatriz) Nemcova
(gloria nacional de las letras checas, se da por probable que fue
hija ilegítima de Karel Clam-Martinitz y Dorothée de Périgord)
Catherine de Talleyrand-Périgord, princesa de Talleyrand
(antes Worlee-Grand); esposa de Talleyrand, Dorothée,
que no la podía ni ver, la mantenía exiliada en Londres)
(cuadro de François Gérard)
Talleyrand (unos cuantos años después de 1815)
Charles, conde de Flahaut
(dentro de los muchos hijos
ilegítimos de Talleyrand, Flahaut
fue el mejor considerado en vida)
Charlotte, Baronesa
Alexandre de Talleyrand-Périgord
(hija ilegítima de Talleyrand,
muy apegada a su padre)
Eugéne Delacroix; con el tiempo llegó a ser
el más célebre de los hijos de Talleyrand
Pauline de Castellane; formalmente sobrina,
pero se la tiene por hija de Talleyrand y
Dorothée de Périgord; siempre estuvieron
muy unidos.
Si el glamour político y diplomático se cobijaba principalmente en el Hôtel Talleyrand, el intelectual (y el murmurativo) tenía su epicentro en el salon littéraire de Madame Récamier.



Sir Walter Scott, por Sir Thomas Lawrence
Château de Coppet, junto al lago Genéve. Aquí Germaine de Staël y
un cierto grupo de liberales se mantuvo lejos del Corso
durante los Cien Días
Convento de Abbaye-aux-Bois. Aquí se refugió Juliette de Récamier
durante los Cien Días. Alguna vez 'recibió' ahí, pero no fue hasta la llegada
de los prusianos que abriera de nuevo su casa de la Balse du Rempart
Madame Récamier en su salón de Abbaye-aux-Bois
En 1815 Germaine de Staël estaba muy envejecida;
sólo viviría dos años más.
Princesa Dorothea von Lieven, esposa del embajador ruso en Londres
Lady Caroline Lamb, esposa del futuro 'premier' Lord Melbourne;
éste no se enfadó mucho por el devaneo que se trajo Wellington
con su señora en el mágico verano de París y 1815
Auguste-Charlotte, princesa Kielmansiegge

Lady Selina Meade, empeñada en disputar a la condesa de
Périgord el guapísimo conde Clam-Martinitz
Lady FitzRoy Somerset (sobrina favorita de Wellington)
No se perdía una.
Juliana, condesa von Krüdener; amante espiritual
del Zar Alexander (por Angelika Kauffmann)
La duquesa de Sagan siempre se quejó de su mala suerte con
los pintores, aunque por el busto que le esculpió Bertel Thorwaldsen
nunca protestó; en opinión de muchos de sus coetáneos reflejaba
su verdadero rostro con escalofriante exactitud
Alfred, Fürst von Windischgrätz; el más
notorio amante de la duquesa de Sagan, junto con
el Fürst Metternich, fue finalmente desinstalado
en el inolvidable París de 1815
En el verano de 1815 fueron varios los soberanos europeos que se animaron a participar, en 'soporte cercano' de sus ministros, delegados y comisionados, en las negociaciones del II Tratado de París, aunque  hubo unos cuantos que prefirieron no estar muchos días, o ni siquiera dejarse ver por allí.


Karl IV (antiguo mariscal francés Jean-Baptiste Bernadotte) de Suecia
George III de Inglaterra (incapacitado), por William Beechy
Príncipe Regente de Inglaterra, más tarde George IV (Lawrence)
Willem I del Reino Unido de los Países Bajos
Pio VII, Papa de Roma
Un monarca que si estuvo presente todo el tiempo, aunque no se dejó apenas ver por las salas de conferencia, fue Friedrich-Wilhelm III de Prusia. Pese a saber disimular no guardaba un buen recuerdo de Talleyrand, por razones que se explican bien en este cuadro:

Napoleón recibe en Tilsit a Luise von Preussen,
con Talleyrand de 'introductor'


Los espantados negociadores prusianos, tras la guerra de 1806-1807, la derrota final de Friedland y la ocupación de sus país por los franceses, pensaron, como último recurso, que la reina Luise, famosísima por su gran belleza (se cree que no se le había estropeado demasiado por los diez o doce partos que llevaba por entonces), debería visitar a Napoleón, dispuesta al supremo sacrificio que puede arrostrar una reina con tal de conseguir que su país no sea destruido por un tirano inmisericorde. A Friedrich-Wilhelm no le gustó mucho la idea, pero transigió, de modo que la audiencia tuvo lugar, debidamente pasteleada por Talleyrand, del todo a favor de que la reina se sacrificase y así el bárbaro de su patrón no se pasara en sus demandas de compensación territorial y económica, lo cual intuía sumamente peligroso a medio plazo. La reunión, pese a todo, no debió de ir bien, porque la reina no llegó a sacrificarse del todo (estaba de seis o siete meses, lo que sin duda no ayudaba), Napoleón se despachó a gusto con la pobre Prusia, Friedrich-Wilhelm quedó doblemente disgustado y Talleyrand, filosófico, acuñó una de sus más memorables sentencias, 'en política nunca conviene triunfar demasiado'.

Así fue la escena explicada tiempo después por un escultor poco neutral
Está fuera de toda duda que Luise y
Friedrich-Wilhelm se amaban con locura
Uno de los más espectaculares imágenes de Preussen Luise,
por Élisabeth Vigée-Lebrun
Su hermana Friederike, que tampoco era muy fea y
y que algunos propusieron a Friedrich-Wilhelm como
consuelo de su viudez, aunque sin éxito
Esta escultura de Johann Schadow viene a ser el emblema de Berlín, o al menos uno de los principales.
Se exhibe en la Nikolaikirche, en pleno Mitte. Representa a las hermanas Luise y Friederike
Mecklemburg-Strelitz según llegaron a Berlín para sus casi simultáneas bodas. El escultor, púdico,
rodea el cuello de Luise con un velo, tal y como casi todos los pintores la retrataron después.
No fue por ninguna clase de moda. Era porque la pobre, pese a ser bellísima, padecía un bocio regular. 


A finales de septiembre, ya cayendo las primeras hojas de los árboles, los acontecimientos comenzaron igualmente a precipitarse. El primero fue el anuncio de las compensaciones que reclamaban los aliados. El segundo, la dimisión de Talleyrand, que falto del respaldo de Louis XVIII interpretó como sólo puede hacerlo un genio el célebre dicho de los militares, también de los diplomáticos y desde luego de los vendedores: 'el que huye y salva la vida, puede volver a luchar otro día'. 

El Duc de Richelieu, nuevo primer ministro de Francia
(por Sir Thomas Lawrence)
El Barón Vivant-Denon (Pére La Chaise).
Conservador del Musée Royal du Louvre,
se opuso con todas sus fuerzas a que
de allí salieran las obras de arte rapiñadas
durante 15 años por Napoleón, sus hermanos
y sus mariscales y generales.
Le dio igual.
Major Friedrich von Ribbentrop. Condujo la
recuperación 'a la prusiana' de tres mil y pico
obras de arte alemanas escondidas en el Louvre.
José Martínez Hervás, marqués de Almenara. Fue quien dijo al
General Álava que en el Louvre se escondían unas 500 valiosísimas
obras de arte rapiñadas por los Bonaparte y sus mariscales.
Entre Álava y Minussir las rescataron también 'a la prusiana'.
Wellington visitaba el Louvre con frecuencia,
escoltando ingleses de clase muy alta; esta
escultura, llamada, 'Hermafrodite', no le gustaba
nada; al General Álava, en cambio, le hacía sonreír.
Esta 'Danae' de Tiziano, recuperada por Álava, fue restaurada por
Bonnemaison en la embajada española y presentada por Álava al
Zar Alexander, por orden de Fernando VII. Está en el Hermitage.
Antonio Canova, escultor; representaba a Pio VII, que
 deseaba recuperar sus obras de arte, pero en vez de
 'a la prusiana' lo hizo 'a la vaticana'; vino a ser lo
 mismo aunque con soldados ingleses, austriacos y
prusianos, en vez de solo prusianos.


Si un solo cuadro pudiera representar los inconcebibles padecimientos sufridos por España durante la ocupación francesa de 1808 a 1813, sería el que sigue; pese a la devastación que dejara Napoleón en España, en el Congreso de Viena, gracias a la decisiva actuación de nuestro inolvidable representante, el Marqués de Labrador, se acordó entre todas  las potencias allí reunidas que España recibiría en compensación los territorios de nada y la cantidad de menos aún. 

Los fusilamientos del 3 de mayo, por Goya (Museo del Prado)
En la negociación del II Tratado de París España estuvo también representada por el Marqués de Labrador, del que no se sabe que consiguiera ser recibido por ningún jefe de legación (tuvieron bastante de su persona en Viena), aunque sí se vieron a menudo con el General Álava, unas veces acompañado de Wellington y otras sin él (Álava era de esa rara clase de tipos a los que se les invita a todas partes). A eso se debió que España, que sólo había aportado dos soldados en el total de la campaña (Álava y su ayudante de campo Miniussir), recibiera la suma de 12,5 millones de francos, en sí misma importante, aunque para dar una idea de magnitudes era superior en un 50% a la que recibieron Baden y Württemburg, que habían aportado 40.000 hombres entre las dos.



El Conde de Perelada. Reemplazó a Álava en su cargo de embajador
interino en París al poco de conseguir éste los 12,5 millones


A finales de noviembre, y según se formalizaba el II Tratado de París y las legaciones diplomáticas comenzaban a marchar, también lo hacían los ejércitos que ocupaban Francia desde hacía cinco meses. La normalidad regresaba a París, siendo el acto que marcaba el principio de lo que sería vida rutinaria de un país pacificado el innecesario fusilamiento del Maréchal Ney, condenado a muerte tras un juicio sumamente ignominioso.

Madame Ney luchó con todas sus fuerzas y
hasta el último minuto por salvar la vida de su marido.
A diferencia de Napoleón con Luise, Wellington no se
dejó poner en situación de verse obligado a rechazar
su supremo sacrificio.
Muerte de Ney, por Jean-Leon Gérôme. Un cuadro piadoso, porque si recibes 11
balas de 20 gr. disparadas a diez metros, no te caes  de bruces, sino que sales
volando hecho pedazos. Se exhibe en la Sheffield City Art Gallery


A mediados de diciembre los últimos visitantes de clase alta y los últimos ejércitos ya marchaban, o ya lo habían hecho. El irrepetible año 1815 tocaba a su fin.

Lady Catherine 'Kitty'' Wellesley,
Duquesa de Wellington
Charlotte, Princesa de Wales. Se dijo de ella que
pudiendo haber besado a un Joven Sapo no
quiso hacerlo, cosa que Inglaterra y Holanda
todavía no le han perdonado.
Talleyrand, que tras la marcha de Dorothée no quería ver a nadie,
se refugió en su Château de Valençay, el mismo donde Fernando VII
pasó los cinco años más aburridos de su vida.
Dorothée de Périgord quería visitar su
feudo de Güntersdorff, en Silesia, y quizá
también soltar lastre, del tipo 'maladie de
 9 mois'. El cuadro es de Dubuffe; lo pintó
 cuando Dorothée ya no cumplía 40.
Güntersdorff. Está así desde 1945. En 1815 no estaba mejor. La condesa de
Périgord confió su restauración a Karl-Friedrich Schinkel, que lo dejó como nuevo. 
Karl-Friedrich Schinkel. Arquitecto, escultor,
pintor y decorador. Se le considera el maestro
indiscutible del neoclásico centroeuropeo.
Sir George Canning, por Lawrence. Sucedería a
Lord Liverpool, para gran disgusto de Wellington.
Álava tardaría unos días en marchar. Debía cerrar por cuenta de Wellington
 la compra al Cardenal Fesch, tío de Napoleón, de una gran colección de obras
 de arte de su propiedad, aunque quizá fuera del propio Napoleón.
Gracias a esa gestión, y a otras más, la Galería Waterloo, en
Apsley House (residencia de los duques de Wellington en
Londres), presenta este aspecto formidable.
La Duquesa de Sagan también había marchado, para
revistar sus inmensas propiedades (el cuadro es de
Filippo Agricola; lo pintó cuando la duquesa tenía
46 años; se exhibe en el zamec Ratiborice, Chekia) 
Zamec Ratiborice, antes Schloss Ratiborschitz
Zamec Náchod
Schloss Wallenstein (Sagan)
Iglesia de la Santa Cruz (Sagan)
Aquí descansan las dos duquesas de Sagan,
Whilhelmine y Dorothea
El último de los ejércitos aliados en abandonar París, y por extensión Francia,
fue el prusiano, ya bajo el mando del Graf Neithardt von Gneisenau


Este recorrido gráfico a los acontecimientos del año 1815 no habría sido posible sin la obra que dejaron tras ellos los pintores que, con su esfuerzo, su profesionalidad y su arte, dejaron a la posteridad las imágenes de su tiempo. Muchas de las obras son anónimas o no consta su autor. Las que sí se sabe quiénes las realizaron a menudo muestran un nombre que no dice gran cosa, porque son artistas tristemente olvidados. En cierto modo, es natural. El arte de la pintura como reflejo preciso y veraz de la realidad comenzó a devaluarse cuando la emulsión fotográfica pasó a ser a la pintura lo que la imprenta a los calígrafos, el 'Publisher' a los linotipistas o el 'AutoCad' a los delineantes. De ahí que buena cantidad de artistas, para sobrevivir, modificaron sus estilos de forma que no persiguieran la reproducción fidedigna de lo que veían, sino algo que no quedara mal del todo cuando se colgara en las paredes de los que tenían más dinero. Como dejó susurrado Talleyrand, 'si se vende, es arte'. De ahí viene que cuando se habla de pintura del siglo XIX lo que casi todo el mundo tiende a recitar es el nombre de los impresionistas más notorios y conocidos, del todo indiferentes a que buena parte de ellos apenas sabían pintar. El mercado es el mercado y lo que cuenta es lo que se vende (y a cuánto se cotiza, porque de ésto depende el beneficio de los marchantes, los galeristas y las grandes casas de subastas), de modo que sus contemporáneos despectivamente apodados 'academicistas' tienden a ser ignorados, si no despreciados o simplemente olvidados.


Buena parte de los pintores cuyos cuadros han servido de base a este repaso del año 1815 fueron muy reconocidos en su tiempo, aunque dos siglos después cueste trabajo encontrar algún libro donde se describa su obra con un detalle similar al de cualquier impresionista del montón. A título de información general, estos que se detallan a continuación son algunos a los que debemos los excelentes cuadros de estas galerías:


Sir Thomas Lawrence (1769-1830), por François Gérard
Jacques-Louis David (1748-1825), autorretrato.
Sir George Dawe (1781-1829), autorretrato
Marguerite Gérard (1761-1837) autorretrato
Barón François Gérard ( 1770-1837), por Antoine-Jean Gros
Antoine-Jean Gros (1771-1835), por François Gérard
Anne-Louis Girodet -Trioson (1767-1824), autorretrato
Sir Joshua Reynolds (1723-1792). autorretrato
Francisco de Goya (1746-1828), por Vicente López
Luis de la Cruz (1776-1853), autorretrato
Vicente López (1772-1850), autorretrato
Giuseppe Tominz (1790-1866), autorretrato
Jean-Baptiste Isabey (1767-1855), por François Gérard
Johann-Nepomuk Ender (1793-1854),
por Franz-Xaver Stöber
Josef Grassi (1757-1838), autorretrato
John Jackson (1778-1831). autorretrato
Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun (1755-1842), autorretrato
Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867), autorretrato
Antonio Canova (1757-1822), por John Jackson
Federico de Madrazo (1815-1894), autorretrato
François-Xavier Fabre (1766-1837), autorretrato
Friedrich Bury (1763-1823). por Lips
John Everett Millais (1829-1826), fotografía
Elizabeth Thompson, Lady Butler (1846-1933)
Angelika Kauffmann (1741-1807), autorretrato
Bertel Thorwaldsen (1770-1844), por  Karl Begas
Sir William Beechy (1753-1839), autorretrato
Johann-Gottfried Schadow (1764-1850)
Jean-Léon Gérôme (1824-1904). fotografía


Y esto es todo. Si ahora queréis leer el texto del que brotan las imágenes, lo podéis encontrar aquí:

Primeras Páginas

1 comentario:

  1. Gracias por poner cara a los personajes de tu libro. Algunos ya los había encontrado, pero se agradece el esfuerzo.

    Gran libro, por cierto.

    Carmen

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